Un niño blanco jugaba
con las arenas del mar,
junto con un niño negro,
muy tranquilo, sin hablar.
La madre blanca, molesta,
quiso a los dos separar.
La madre negra, muy suave,
dijo a punto de llorar:
Perdóneme usted, señora,
no vaya a tomarlo a mal,
es la inocencia que juega,
cualquier color es igual.
El día, con ser el día,
todo brillo y claridad,
se abraza muy dulcemente
con su hermana oscuridad.
Las flores se van mezclando
prestándose los colores;
y viven todas unidas
sin odios y sin rencores.
... Hubo un silencio muy largo
tal vez para meditar.
Y fueron cuatro jugando
con las arenas del mar.
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